
Padre Pedro
I
Has luchado
en la vida.
Has peleado
una buena batalla.
Extenuado,
has reivindicado
para ti
el hálito y la existencia
resignado,
sin salud;
con lo que te ha quedado
de vida
has jugado
tus partidas;
Donde has ganado
casi todas las manos
porque has amado.
II
Una copla se entona,
para despedirte.
Para ser lucero
en tu camino al cielo.
Una copla y una misa
con tres capas,
con un barrio obrero
y un anhelo.
Una copla te guía
por un sendero
que no vuelve,
ni descorre el velo.
III
Después que tu paternidad;
de amor, nos cubriera,
por si amor bastante, no fuera;
lo nuestro, a tu davidad,
fue un dar,
que a lo que nos diste;
te correspondiera.
Una enfermedad,
nos hizo amarte,
en la heredad
pacientes, cuidarte;
no merecías te ocurriera,
pero fue amor lo que pasó entre nosotros;
nuestras horas para sanarte,
y tu vida se iba rompiendo,
rotos y vulnerables, mimarte.
Más darte,
fue amor lo que nos sacaste.
Y por tenerte
de nuevo,
de vuelta, contigo,
yo tu enfermedad
agradeciera,
para que este amor
humano, entre los cuatro;
herido, pero vivo
permaneciera.
Y la paz que tengo ahora,
fue paz entonces,
pues vivirnos, dulces y amargos
la hizo verdadera.
IV
Nadie merece una enfermedad de treinta años.
Pero en esos años
que no se tiene la salud,
se tiene la vida.
V
Un silbido canta
al volver la calle la Unión
junto a Emilita Alcañiz,
en Linares.
Tu vuelves silbando
del trabajo
en mi oído infantil.
Un silbido canta
la calle abajo
y tu te acercas, a mi.
Un silbido y nuestra niñez,
te quitaban el cansancio,
cuando por la noche
llegabas de la fábrica,
y sentado en nuestra cama,
al darnos las buenas noches,
dándole cuerda al viejo reloj,
te hacían vivir.
Obrero del metal,
trabajabas silbando.
Trabajabas feliz.
VI
Aquella tarde del 77
en que te vi correr
me hice subversivo,
como tú.
Bolas de goma rompían
aquella tarde del 77.
Tu y tus compañeros
en la huelga,
Luchabais por mejor salario
en la fabrica,
Yo merendaba encima de un árbol
flores de quesito y pan.
La policía os disparaba
balas de caucho
con gritos de napalm.
Luego descubrí
que tu corrías por mí.
Para que tuviera futuro
y meriendas de quesito y pan
mientras subía al árbol a jugar.
Tu en la huelga luchabas,
por nuestra libertad.
VII
Nos hiciste tuyos
con tus cosas.
Amarte siempre,
y por siempre,
a darnos a ti,
hasta el alba;
amanecer con el alba,
material y espiritual
mirando la madrugada y el rocío,
desde una ventana de hospital,
diminuta y anónima en la ciudad.
Las luces eran pestañas claras
cuando tu cogías el sueño.
VIII
Porque tu ausencia
duele,
duele el vacío que dejas,
y aunque nos quedan
tus experiencias,
la muerte nos repele,
en esta tierra de los vivos,
donde tuve contigo
tantas vivencias.
Va doliendo cada día
sin tu presencia,
que has dejado con 74 años
IX
Una sonrisa de padre surge
ya imperecedera,
que hace cercanas las lejanías,
y llena de sentido las horas,
como si te viviera.
Pone tus palabras en mis silencios.
Tus frases hechas nos deleitan
por un rato,
mientras conduzco
al trabajo;
en los campos y caminos
del Condado
que tu recorriste
en bicicleta,
en busca de tu novia, mi madre.
Nos has hecho regalo para ella,
en este tiempo de su viudez.
Y de tu parte,
su rosa, tu rosa,
a ella, no le falta
para hacer pasión tu hueco.
Vacío, eres perfume,
planta alta
para quienes te sentimos,
mecidos en tu eco.